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El infierno existe, sin duda alguna, y está en los
probadores de El Corte Inglés, concretamente en los de Moda Baño, que más bien
debería llamarse: Como desear una muerte digna.
Tras la odisea de probarme los bikinis del pasado año que
podéis leer aquí, y viendo que el calor de 40 grados no cede y que por más que
quiera evitarlo, no voy a tener más remedio que echarme al agua, decidí ir a El
Corte Inglés a la aventura de comprarme un bikini.
Fui sola claro, siempre es mejor no dejar testigos vivos.
Había auténticas hordas humanas, pero no desistí que era lo que me pedía el
cuerpo, iba diciéndome a mí misma, no te resistas, tonta, cuanto antes pases el
mal trago mejor. Tras rebuscar durante unos 20 minutos entre perchas con cienes
y cienes de bikinis de todos los tipos y colores, por supuesto, allí no acudió
ni Peter en mi ayuda, aunque casi lo prefiero, encontré mi sección favorita,
que es la de ST, es decir, supertetas, donde te venden la parte de arriba separada
de la de abajo, porque aquí cada una tiene lo suyo, y servidora digamos que
anda sobrada de arriba, pero de abajo no. Al final va a resultar que igual soy
deforme, porque si me cojo un bikini en el que me entren las tetas, digamos que
la braga se me cae hasta las rodillas. En este recorrido descubrí que las
barras donde cuelgan los bikinis deben ser de oro puro, porque en cada una
meten 300 a presión, de tal manera que es humanamente imposible encontrar lo
que vas buscando sin tirar 3 ó 4 al suelo o sufrir un esguince de cervicales.
Qué les costará poner algunas barras más
para que no esté todo tan apelotonado.
Cuando encuentras una parte de arriba que te gusta y hay tu
talla, descubres que no tiene parte de abajo, sorpresa…. no lo entiendo,
tampoco se divisa a nadie a quién preguntar y yo no abandono mi puesto ni loca,
que luego me pierdo. Así que si no está a la vista, a tomar por culo, seguimos.
A la mitad del recorrido llevas la mano izquierda dormida,
se te están clavando las perchas y el bolso te corta la circulación, ahí te
empieza a dar vueltas la cabeza y el estampado psicodélico de algunos
diseñadores te nubla la vista, es el momento de ir al probador. En la cola del
probador hay unas 200 personas. No pasa nada, después de los tres cuartos de
hora que llevas allí no te vas a ir a casa con las manos vacías.
Cuando llega tu turno ya no tienes ganas de nada más que de
morirte o de cortarte las piernas en oblicuo, odias a la que tienes delante, y
te caen chorros de sudor por el canalillo. Si pensabas que lo peor había pasado
ya, entras en el probador , un universo paralelo donde te das cuenta que el
infierno existe. El probador es una caja diminuta en la cual si te agachas un
poco para desabrocharte las sandalias, te quemas el culo con un foco. No
desesperéis, hay que seguir hasta el final, se han dado casos de mujeres
desesperadas que antes de entrar al probador huyeron dejando un rastro de
bikinis por el suelo.
Te despelotas, te pruebas el primero y deseas reventar a
hostias el puto foco que resalta exactamente todo lo que tú querías disimular,
pero no lo haces, respiras hondo, metes tripa y haces el siguiente cuestionario:
Me entran las tetas? Sí. Me hace llagas? No. Parezco un
tanque australiano? No. Pues entonces me lo llevo.
Esto hay que hacerlo rapidito porque dentro del cubículo al
que llaman probador no hay aire acondicionado y la temperatura debe ser de 50 grados, tienes bastantes probabilidades de sufrir un
golpe de calor o un colapso nervioso. El resultado fue que me llevé 2 bikinis,
carísimos por cierto, pero a esas alturas no estaba yo para tonterías de mirar
el precio Eso sí, son ideales, ya pueden serlo, pero os aseguro que había
auténticos espantos dignos de un museo de los horrores corsetero.
Y total, todo este rollo, para luego practicar el vuelta y
vuelta a la plancha que ya os conté aquí.
Y ahora una petición para los responsables de esta tarde de
pesadilla:
Por favor, aunque tengamos distinta talla de arriba que de
abajo, también somos seres humanos y no nos gustan los estampados de abuela ni
los bikinis azul marino. Hay vida más allá de la copa C y total, tampoco es
tanta cantidad de tela lo que se añade como para que cuesten más del doble que
los bikinis de talla más pequeña, hombreya. Así que hala, a disfrutar del
verano y de los trozos de tela más caros del mundo.